- La escultura Kryptos oculta cuatro mensajes; tres se resolvieron y K4 resiste con 97 caracteres y pistas como “BERLIN CLOCK”.
- Se han propuesto teorías (doble Vigenère, rotaciones y cuadrículas) y ninguna ha sido verificada por criptanálisis público.
- Sanborn subasta el manuscrito de K4 y aboga por un “guardián del secreto”, en medio del hallazgo archivístico del Smithsonian.
- Kryptos es ya un icono cultural que une arte, criptografía y comunidad, con el posible K5 aún por descubrir.
En los jardines de Langley, frente a la sede de la CIA, se alza una escultura que ha convertido el secreto en un arte: Kryptos. Desde 1990, su cuarto pasaje, el célebre K4, ha sido el quebradero de cabeza de espías, matemáticos y aficionados a los rompecabezas. Tres secciones han cedido ya ante el ingenio humano; la última, en cambio, ha aguantado décadas de intentos. Y, aun así, en los últimos tiempos ha habido un giro inesperado: el contenido de K4 habría quedado al descubierto por un descuido archivístico, mientras el método criptográfico permanece sin confirmarse.
En paralelo a la obsesión mundial, el propio autor, Jim Sanborn, ha decidido cambiar las reglas del juego. Ha puesto en marcha la subasta del texto manuscrito de K4, con RR Auction como casa responsable y una fecha fijada para el 20 de noviembre. Las estimaciones oscilan entre 300.000 y 500.000 dólares (en algunos medios se hablaba de 280.000 a 470.000 euros), con parte de los fondos destinados a fines sociales. Sanborn incluso expresó su deseo de que el ganador actúe como “guardián del secreto” y no necesariamente lo haga público.
Qué es Kryptos, su origen y por qué desconcertó incluso a la CIA

A finales de los años ochenta, la CIA encargó a Jim Sanborn una obra para su campus de Langley que simbolizara la intersección entre arte, conocimiento y mensajes ocultos. En la gestación de Kryptos, el artista contó con Edward Scheidt, criptógrafo de la agencia, para idear sistemas de cifrado que no resultaran triviales. El resultado fue un conjunto escultórico con una lámina curva de cobre en forma de “S”, de unos cuatro metros de altura, acompañada de piedras y fragmentos con código Morse parcialmente enterrados.
La pieza central luce centenares de caracteres perforados. Las cifras más citadas hablan de 1.735 letras cifradas en total, aunque hay descripciones del panel principal que mencionan 865 grabados. Más allá del baile de números, lo esencial es que esas letras se distribuyen en cuatro secciones o pasajes independientes (K1, K2, K3 y K4), cada cual con métodos criptográficos clásicos y una dificultad creciente. Sanborn, convencido de que la CIA lo resolvería en menos de una década, subestimó la profundidad del enigma.
El fenómeno social alrededor de Kryptos no ha sido menor: comunidades enteras han dedicado años a intentar descifrarlo, explorando desde la frecuencia de letras hasta interpretaciones geométricas de la propia escultura. Incluso se ha sugerido que ciertos errores ortográficos son deliberados y parte del juego. No en vano, la obra ha aparecido en novelas como “El símbolo perdido” y en incontables artículos y foros.
Estructura del criptograma y los tres pasajes ya resueltos (K1–K3)
El primer segmento, K1, se resolvió con un método de Vigenère modificado y ofrece un guiño poético: “entre el sombreado sutil y la ausencia de luz se adivina el matiz de ‘iqlusion’”, con ese error buscado en la palabra “illusion”. Que el alfabeto esté “teclado” por la palabra KRYPTOS y que las claves como PALIMPSEST y ABSCISSA hayan jugado un papel en K1 y K2 forma ya parte del acervo de los descifradores.
En K2 se alude a información enterrada en algún punto de Langley y aparece el elemento “WW”, interpretado ampliamente como referencia a William H. Webster, director de la CIA en la época. Este pasaje reforzó la idea de que la obra dialoga con su propio emplazamiento físico, estableciendo un juego de pistas entre texto y entorno.
El tercer tramo, K3, cita el diario del arqueólogo Howard Carter sobre la apertura de la tumba de Tutankamón, y su descifrado exigió un salto de complejidad. Entre quienes contribuyeron a resolver los primeros segmentos se encuentran David Stein, analista de la CIA, y Jim Gillogly, informático californiano, cuya labor cimentó el entusiasmo de la comunidad.
Estos tres desciframientos dejaron el listón muy alto para el cuarto bloque. Si las primeras piezas eran “accesibles” a quien dominara lo básico, K3 ya pedía un enfoque más sofisticado, y todo indicaba que K4 iría un paso más allá.
K4, el pasaje en disputa que se resiste a caer
La sección final, K4, es una cadena de 97 caracteres (algunos cuentan 98 si consideran un signo de interrogación de enlace) que ha resistido, literalmente, a la CIA, a la NSA y a miles de entusiastas de medio mundo. Su texto cifrado, conocido hasta la saciedad, es: OBKRUOXOGHULBSOLIFBBWFLRVQQPRNGKSSOTWTQSJQSSEKZZWATJKLUDIAWINFBNYPVTTMZFPKWGDKZXTJCDIGKUHUAUEKCAR.
El propio Sanborn, consciente del atrape, ha soltado pistas contadas con cuentagotas. Entre las más famosas figuran “BERLIN CLOCK” (Reloj de Berlín) y “EAST NORTHEAST” (Este noreste). También se ha subrayado la importancia de unas letras desplazadas en la esquina superior izquierda de la escultura: DYAHR, una rareza que muchos vinculan con el desencadenante del descifrado.
La sospecha general es que K4 no depende de una clave corriente. Podría combinar varias técnicas en secuencia, lo que complica la búsqueda de patrones y convierte el problema en “un rompecabezas dentro de otro”. Pese al tiempo transcurrido, nadie ha aportado una solución completa y verificable por criptanálisis público.
Señales, anomalías físicas y cómo la escultura también comunica
Además de las pistas textuales, Kryptos incorpora información en el propio espacio. Los paneles de cobre, las piedras y los fragmentos de Morse semienterrado son parte del lenguaje de la obra. Hay quien defiende que la disposición de las letras, su geometría y los pequeños “fallos” son guiños para orientar al descifrador.
La anomalía DYAHR, por ejemplo, se cita a menudo como un “marcador” para alinear algún proceso o capa de cifrado. En la comunidad persiste la hipótesis de que cada pasaje ofrece claves para el siguiente, de modo que K1 ayudaría a K2, y así sucesivamente, hasta culminar en K4.
Durante décadas, Sanborn alimentó el misterio con prudencia. De hecho, ha llegado a cobrar una tarifa de 50 dólares por revisar supuestas soluciones, y según sus propias palabras, en años punta ese filtro pudo reportarle alrededor de 40.000 dólares. Para quien ha tenido que instalar botones de pánico, sensores y cámaras tras recibir amenazas, no es solo un juego.
Teorías sonadas: doble Vigenère, “YA” y “R”, y una cuadrícula de 14×53
Uno de los enfoques más comentados en los foros recientes propone una doble capa de Vigenère. Primero, una clave tomada de una narración de viajes en Delaware de la década de 1860 —una frase que encajaría como respuesta a la pregunta final del pasaje K3 (“¿Puedes ver algo?”)—, y después una segunda clave que sería una secuencia matemática de letras con un desplazamiento constante, comenzando en la anomalía DYAHR.
Quienes han explorado esta línea sostienen que así se explican las pistas oficiales (“EAST NORTHEAST” y “BERLIN CLOCK”), y aseguran que emergen expresiones con sentido, como “FORTY YARDS”, “HOURHAND”, “RAID OVER” o “LAYS AS IT”. El escollo, reconocen, es fijar exactamente esa segunda clave, que “debería estar escondida en el resto de la escultura”. El procedimiento fue resumido en un blog personal (https://kryptos-k4.blogspot.com/) y en un artículo breve, buscando miradas frescas que completasen el rompecabezas.
Otra vía especialmente creativa tomó como punto de partida que los superíndices “YA” y “R” son “importantes”. Un investigador localizó esa secuencia de nuevo —esta vez en vertical— y se preguntó si había que rotar 90 grados en sentido horario una sección del texto para superponerla a K4. Al eliminar tres signos de interrogación (como ocurre en K1 y K2) y disponer los 742 caracteres restantes en una cuadrícula de 14×53, la alineación coincidía tras la rotación.
El experimento arrojó una “cadena clave” de 97 caracteres: VLPFTLIAPDRFGMTAETMNGNYDLAMPQQVRQUXDOTEIDMIYHAETETEAOUYSEJDYFPRUAHHRECENAOEHYIFNWLTSLSRTGQAMNGMEH. El hallazgo llamó la atención porque en K4 aparece el 5-grama RVQQP y en aquella cadena se ve su inverso, PQQVR, cruzándose en la misma “P”. Hubo quien calculó la probabilidad de que ese 5-grama surgiera al azar, y la estimó en torno a 1 entre 11.881.376, siempre bajo supuestos de independencia y aleatoriedad.
Eso abrió tres hipótesis: coincidencia pura, efecto inevitable del cifrado o pista insertada a propósito por el autor. El propio investigador pidió una segunda opinión académica y, por último, consultó a Sanborn abonando la tarifa. La respuesta fue tajante: se trataba de una coincidencia. Pese al jarro de agua fría, la idea de apilar capas (“LAYER TWO”), de apoyarse en rotaciones —como las usadas en K3— o de coquetear con la esteganografía (pistas como “IT WAS TOTALLY INVISIBLE” o “VIRTUALLY… INVISIBLE” han dado pie a ello) sigue rondando a los cazadores de códigos.
En ese mismo intercambio afloró otra curiosidad de taller: K3, según se cuenta, llegó a tener 743 caracteres y Sanborn habría retirado una “S”, quedándose en 742 por razones estéticas. Algunos se preguntaron si, en realidad, se habría hecho para que cupiera “bien” en la cuadrícula. Incluso se enlazó una frase críptica, “T IS YOUR POSITION”, como posible guiño inicial. Como detalle simpático, varias de estas propuestas se cerraban con un mensaje en ROT13: “V sbyybjrq gur ehyrf”.
La subasta, la figura del “guardián” y el lío por el hallazgo en archivo
Sanborn ha convivido 35 años con la presión del secreto. En una carta a sus seguidores, reconoció que “la carga de guardar secretos” pesa, que no tiene ya “recursos físicos, mentales ni financieros” para mantenerse en esa dinámica y que preferiría que el vencedor de la subasta preservara el misterio. “El poder reside en un secreto, no en su ausencia”, escribió, enfatizando que, si el comprador no lo mantiene, “¿cuál es el sentido?”.
La venta, señalada para el 20 de noviembre, incluye el texto original manuscrito de K4 y materiales asociados. RR Auction, cuyo vicepresidente Bobby Livingston ha llegado a decir que el desenlace ideal sería que el ganador actuara como “guardián del secreto”, calcula que podría alcanzar entre 300.000 y 500.000 dólares, con una parte destinada a programas para personas con discapacidad. En algunos medios españoles se habló de horquillas en euros y se subrayó la idea de que el comprador decidiría si revelar el mensaje o guardarlo.
En medio de esos preparativos, los periodistas Jarett Kobek y Richard Byrne encontraron, según relatan, el texto plano de K4 en el Smithsonian. Revisando papeles vinculados a la subasta, localizaron “tablas de codificación” donadas al museo; al fotografiar y recomponer fragmentos, vieron emerger el mensaje —con las pistas “BERLIN CLOCK” y “EAST NORTHEAST” integradas—. Sanborn admitió la autenticidad del material y explicó que habría sido un error incluirlo en esos archivos mientras se trataba contra el cáncer.
Tras ello, el Smithsonian restringió el acceso durante 50 años (hasta 2075). Hubo tensión: RR Auction advirtió de acciones legales si se publicaba el texto; Sanborn les propuso acuerdos de confidencialidad e incluso un porcentaje de la venta, propuestas que los periodistas rechazaron por considerarlas inadecuadas. La subasta, no obstante, siguió su curso, y el debate se desplazó a un terreno sutil: conocer el contenido no equivale a resolver criptográficamente el enigma como fue concebido. Elonka Dunin y otros referentes insisten en esa distinción entre “qué dice” y “cómo se llegó a ello”.
La polémica, paradójicamente, ha avivado el interés. Para algunos, Kryptos “vale” por su misterio; para otros, la historia del hallazgo puede revalorizar la obra. Mientras tanto, Sanborn deja caer otro anzuelo: existe un K5 y “también será inescrutable”. La escena queda abierta.
Kryptos como icono cultural: arte, criptografía y tecnología
El magnetismo de Kryptos desborda el patio de la CIA. Hay congresos, foros y encuentros periódicos solo para hablar de la pieza. El profesor Peter Krapp describe el fenómeno como una mezcla de duelo de ingenios, banco de pruebas para programas y vínculo emocional de veteranos de la criptología con su antigua disciplina. En su opinión, privatizar la solución por subasta es “triste y lógico a la vez”: idealmente, el conocimiento debería compartirse, más cuando intervinieron varias personas en su diseño.
La inteligencia artificial tampoco ha dado con la tecla. Sanborn comenta que ha recibido respuestas generadas por ChatGPT que le parecieron “ridículas”. En paralelo, él mismo ha ideado herramientas para gestionar el aluvión de envíos: desde cobrar por revisar propuestas hasta trabajar en una línea telefónica con IA que responda a quienes llamen, probablemente con su propia voz. Todo para intentar poner orden en una pasión que a veces desborda.
La dimensión física de la obra también merece mención: Sanborn recuerda “mucha sangre y tesoro” invertidos en transportar toneladas de piedra por puertas estándar, de noche y los fines de semana, y tallar más de 1.700 caracteres con ayuda de nueve asistentes. La CIA encargó Kryptos en el marco de un programa artístico que buscaba suavizar su imagen tras la Guerra Fría, y el resultado ha sido, en términos de reputación, un golpe de visibilidad innegable.
En la historia del descifrado moderno, Kryptos se codea ya con leyendas como Enigma por su capacidad de mantener viva la curiosidad popular durante décadas. Recursos de referencia, desde páginas como la de Elonka, a archivos históricos (Realm of Twelve o Kryptoslogia, hoy con enlaces rotos), han nutrido a una comunidad que no deja de crecer. En España, medios de tecnología y cultura popular han seguido cada giro del relato, desde el paso de las pistas “noreste” y “reloj de Berlín” a la controversia por la subasta.
Más allá de si se publica o no el texto de K4, lo esencial permanece: Kryptos nació para recordarnos que lo visible y lo oculto coexisten, que el cómo importa tanto como el qué, y que una buena pregunta puede sostener la atención del mundo durante treinta y cinco años. Si algún día todo queda aclarado —incluido ese posible K5—, el camino hasta llegar ahí habrá sido, ya de por sí, parte de la obra.
Quien se acerque hoy a Kryptos encontrará un enigma con varias capas: una historia de arte público, un reto criptográfico aún abierto en sentido estricto, un caso de estudio sobre archivos y custodia del conocimiento, y una comunidad empeñada en seguir tirando del hilo. Con el eco de “BERLIN CLOCK”, “EAST NORTHEAST”, las letras DYAHR y aquella cadena que empieza por OBKRUOXO…, la pieza de Sanborn confirma algo que no caduca: el poder de un secreto bien planteado.
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