Cómo se reparan los cables submarinos de Internet: proceso real, riesgos y flota que lo hace posible

Última actualización: 14/10/2025
Autor: Isaac
  • Los cables submarinos transportan alrededor del 95% del tráfico internacional y se prefieren a los satélites por capacidad, latencia y estabilidad.
  • La mayoría de fallos se deben a anclas y pesca de arrastre; los seísmos aportan una fracción menor, y los tiburones casi no influyen.
  • La reparación incluye corte, captura de extremos, empalmes en cubierta, enterramiento con arado o ROV y pruebas; suele durar entre 4 y 15 días, más el tránsito del buque.
  • La flota de reparación es limitada y se despliega estratégicamente; la redundancia de rutas minimiza el impacto para los usuarios.

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Puede que en casa todo nos llegue por WiFi, pero el planeta respira datos gracias a unas arterias ocultas bajo el mar. Hablamos de los cables submarinos, una red gigantesca que suma del orden de 1,4 millones de kilómetros tendidos por fondos oceánicos para unir continentes, centros de datos y, en última instancia, nuestros móviles y ordenadores.

Cuando uno de esos cables se daña, hay que montar una operación marítima tan precisa como compleja. Lejos de ser un simple arreglo, la reparación implica buques especializados, robots submarinos, técnicos que empalman fibras ópticas al microscopio y una logística global que incluye permisos, repuestos y, a menudo, varios días de navegación hasta el punto de la avería.

Qué son y por qué seguimos confiando en cables submarinos

Los cables submarinos son la columna vertebral de Internet: por ellos circula alrededor del 95% del tráfico internacional de datos, incluidas llamadas, vídeo en streaming, juegos en línea y servicios en la nube. A diferencia de los satélites, proporcionan mucha más capacidad, menor latencia y una estabilidad de señal superior, además de una economía de escala imbatible a largo plazo.

El mapa es apabullante: se contabilizan varios cientos de sistemas, con estimaciones que se mueven entre cerca de 300 y hasta unas 500 rutas, y aproximadamente 1,4 millones de kilómetros de cable en operación. La mayor densidad se concentra en el Atlántico Norte (Europa–EE. UU.) y el Pacífico (EE. UU.–Asia Oriental), aunque cada año se añaden nuevas conexiones y ramales regionales.

Un cable típico está formado por un núcleo de fibras ópticas por el que viaja la información en forma de luz, protegido por geles hidrófugos, tubos metálicos, capas de cobre para la alimentación eléctrica y armaduras de acero y polietileno que lo blindan contra presiones, corrosión y abrasión. A pesar del aspecto robusto, lo esencial es extremadamente delicado: la fibra del interior es frágil y exige alineación perfecta.

El grosor real depende del tramo y la protección. En mar abierto los diámetros pueden moverse en el rango de 25 a 50 milímetros, mientras que existen familias comerciales con variantes de 17 a 41 milímetros para ciertas zonas. Cerca de la costa, donde hay anclas y pesca, la armadura crece y hay cables que superan los 20 centímetros de diámetro, llegando a pesar entre 40 y 70 kg por metro en los tramos más reforzados.

La vida útil diseñada ronda los 25 años, tras los cuales se suele retirar o sustituir el sistema. A lo largo de su recorrido, el cable se divide en grandes segmentos y puede incluir repetidores ópticos a intervalos regulares; estas piezas también condicionan cómo se planifica un arreglo si hay que recuperarlas o sustituirlas.

Cómo se diseñan y se tienden estos cables

Todo comienza mucho antes de embarcar el primer carrete. Los operadores y fabricantes realizan estudios oceanográficos, geológicos y ambientales para trazar rutas que eviten montes, valles, cañones y fondos inestables, así como áreas de pesca intensa, zonas con corales, lechos de cría de peces o pasos de navegación con alto riesgo de anclaje.

Además de los criterios técnicos, entran en juego permisos de varios países, cruces con otras infraestructuras (gasoductos, oleoductos, otros cables de comunicaciones o energía) y la definición de puntos de amarre en estaciones costeras. Ese diseño previsor reduce al máximo las incidencias posteriores, aunque, como veremos, no las elimina por completo.

El tendido lo realizan buques cableros provistos de gigantescos tambores y sistemas de posicionamiento. Mientras navegan la ruta planificada, van soltando el cable con tensión controlada para que descanse suavemente en el lecho marino. En aguas poco profundas, un arado submarino abre una zanja y entierra el cable para protegerlo de artes de pesca y anclas; en profundas, suele colocarse directamente sobre el fondo.

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La industria ha evolucionado mucho. Tradicionalmente dominada por grandes telecos, hoy conviven operadores de siempre con gigantes tecnológicos que invierten en infraestructura propia. Empresas como Global Marine, SubCom, NEC o Alcatel Submarine Networks lideran la fabricación, el tendido y las reparaciones a escala global.

Por qué se rompen: enemigos habituales y señales de alarma

La mala fama de los tiburones como mordedores de cables está sobredimensionada: su impacto acumulado a lo largo de décadas no llega ni al 1% de los incidentes. En realidad, la mayor parte de las averías se deben a actividades humanas: redes de arrastre y anclas que se enganchan suponen del 65% al 75% de los daños según estadísticas sectoriales.

Los fenómenos naturales pesan menos en número, pero pueden provocar fallos serios: terremotos, corrimientos de sedimentos, erupciones, tsunamis y deslizamientos submarinos actúan como causas relevantes en determinadas regiones. En áreas de alta sismicidad, el porcentaje de fallos por actividad geológica puede acercarse al 10%.

Hay casos ilustrativos. La nación insular de Tonga quedó aislada tras la erupción de Hunga Tonga: el cable que la unía con Fiyi, de unos 827 kilómetros, se cortó y la llegada del buque de reparación tomó alrededor de diez días de navegación, extendiéndose los trabajos varias semanas. A veces, aunque exista respaldo satelital, la ceniza volcánica o el mal tiempo degradan mucho ese recurso.

Detectar la rotura empieza en tierra. Los operadores vigilan el sistema y, ante una caída súbita de tensión o de señal, lanzan mediciones desde ambas estaciones de extremo. Con tecnologías de reflectometría óptica se puede estimar la ubicación de la falla con una precisión del orden de decenas de metros en cables modernos, lo que acelera la intervención.

Las cifras globales varían según la fuente, pero el sector maneja entre 100 y 200 incidencias anuales. Y aunque parezca inquietante, rara vez el usuario lo nota: las redes están sobredimensionadas y hay rutas alternativas para derivar tráfico mientras se repara el tramo afectado.

Así se repara un cable submarino paso a paso

Una rotura activa un procedimiento cronometrado. Primero se reencamina el tráfico cuando es posible, se valida el punto probable de la falla y se moviliza un buque. La flota de reparación se distribuye estratégicamente para estar, por lo general, a 10 o 12 días de navegación del peor caso, aunque la meteorología y los permisos también pesan en el calendario.

En tránsito, la tripulación carga repuestos, planifica maniobras, revisa cruces con otras infraestructuras y ajusta el plan estándar al entorno: profundidad, corrientes, posibilidad de tener que recuperar repetidores, necesidad de arado o ROV para enterramientos y tareas de inspección.

Operaciones de corte y captura

Ya sobre la posición, la primera maniobra suele ser la draga de corte: se desciende un equipo que se arrastra en el fondo para seccionar el cable. Confirmado el corte, se pasa a la draga de captura de uno de los extremos, que se eleva a cubierta con grúas y chigres del propio barco.

Ese primer extremo, llamado extremo 1, se comprueba desde el barco hasta la estación en tierra a la que está conectado. Si las lecturas son correctas, se acondiciona y se amarra a una boya de superficie, quedando marcado por GPS para recuperarlo después. El objetivo es liberar el área de trabajo para centrarse en el extremo restante.

Se captura entonces el extremo 2, aún en el fondo, mediante otra maniobra con ganchos de agarre o con un rezón, una especie de pequeña ancla que se arrastra hasta enganchar el cable. Izado a bordo, se diagnostic

Empalmes, tramos nuevos y pruebas

Con el extremo 2 ya fiable, se empalma a una sección de cable nuevo. El buque tiende esa sección sustituyendo la porción retirada, que puede abarcar desde cientos de metros hasta varios kilómetros. Es un trabajo milimétrico, porque cada unión exige sellado y protección completa.

El empalme de fibras es la parte más delicada: bajo microscopio se alinean los filamentos para minimizar la pérdida de luz, se fusionan y se encapsulan con materiales que aseguran estanqueidad total. Este proceso puede prolongarse muchas horas (en ocasiones hasta 16) dependiendo del número de fibras y del tipo de armadura.

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Al alcanzar la boya, se recupera el extremo 1, se verifican de nuevo las mediciones hacia su estación costera y se realiza el empalme final, ajustando con precisión la longitud del tramo nuevo. Completado, el conjunto se vuelve a depositar con cuidado en el lecho marino.

Enterramiento, inspección y retorno del tráfico

Si el diseño original exigía protección adicional, el tendido del empalme final se acompaña de enterramiento mediante arado submarino o con un ROV (vehículo operado remotamente) que abre zanja y cubre de nuevo el cable. El ROV también sirve para inspecciones post-reparación, localización de fallas y tareas de captura en aguas relativamente poco profundas.

Una vez validado el estado del segmento, se migra gradualmente el tráfico de los clientes de vuelta a esta ruta. Sin contar el tránsito del barco, la operación marina puede durar de 4 a 15 días, o más si las condiciones del mar son adversas, la profundidad es extrema o el daño se encuentra en un punto de acceso difícil.

En zonas someras, también se recurre a buzos y técnicas específicas, incluso con cámaras de trabajo secas, siempre que la seguridad lo permita. En profundas, la intervención se limita a maniobras con ganchos, plough y vehículos teledirigidos; el arreglo de la fibra se realiza siempre en cubierta para controlar contaminación y humedad.

Señal, redundancia y por qué casi no lo notamos

Cuando el cable se rompe o su aislamiento se ve comprometido, el agua de mar puede alterar la alimentación eléctrica que sostiene repetidores y equipos, provocando un cambio brusco de tensión. Los operadores lo detectan y empiezan a medir desde ambas orillas para acotar la posición del problema.

El siguiente paso es activar la redundancia. Las redes intercontinentales y regionales se diseñan con rutas alternativas y ancho de banda disponible para soportar derivaciones de tráfico. Por eso, salvo casos como el de islas con un único cable, el usuario final apenas percibe un aumento puntual de latencia o congestión temporal en servicios muy exigentes.

La prueba de la madurez del sector es el rendimiento real de sistemas concretos: hay tramos transoceánicos de alrededor de 13.000 kilómetros que encadenan años sin un solo fallo notificado, fruto del diseño de ruta, la armadura adecuada y los procedimientos de mantenimiento.

Logística, flota y actores clave

El ecosistema de reparación es tan importante como la fabricación. A nivel mundial opera una flota limitada de buques de tendido y mantenimiento, con decenas de unidades en servicio y cobertura por regiones para intervenir en plazos razonables. En informes recientes se citan cerca de 60 embarcaciones dedicadas a estas labores.

Las compañías especializadas coordinan la respuesta: desde la disponibilidad del barco, la obtención de permisos de entrada en aguas jurisdiccionales y la carga de repuestos, hasta la gestión del tráfico marítimo en la zona de trabajo. Todo ello en contacto con las estaciones terminales que monitorizan el cable en tiempo real.

El negocio también ha cambiado de manos. Junto a los operadores de telecomunicaciones tradicionales, los grandes proveedores de servicios en la nube y plataformas digitales invierten en sistemas propios, con participación en decenas de cables y nuevos proyectos para mejorar rutas, latencia y resiliencia.

Cuando un sistema agota su ciclo, se retira o se reconfiguran tramos. Parte del material puede recuperarse para reutilizar componentes o reciclar armaduras, mientras se incorporan nuevas generaciones con mayor capacidad por fibra y mejores soluciones de protección costera.

Riesgos emergentes y cómo se protege esta infraestructura

Además de las causas habituales, emergen riesgos de contexto. Las tensiones geopolíticas han puesto el foco en posibles daños misteriosos en cables de telecomunicaciones y en el espionaje sobre cables. Para mitigarlo, se trabaja en rutas alternativas y diversidad geográfica, de manera que la caída de un sistema no aísle una región completa.

La vigilancia también evoluciona: se estudia el despliegue de sensores acústicos, el uso de ROV para patrullas y la integración de analítica que permita detectar actividades anómalas cerca de los trazados. En paralelo, se discuten marcos legales de protección y coordinación internacional para responder con rapidez a incidentes deliberados.

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El entorno natural tampoco se queda quieto. En deltas y estuarios con aportes crecientes de sedimentos, como el del Congo, se han observado deslizamientos submarinos capaces de dañar cables. Estos eventos enseñan a los ingenieros a alejar rutas de ciertos puntos y a reforzar la protección en tramos sensibles donde la dinámica del fondo evoluciona.

Los cables, además, ya se usan como sensores pasivos para ciencia y seguridad: su propia interacción con el entorno permite detectar vibraciones que revelan paso de buques, ballenas, tormentas e incluso terremotos en alta mar, aportando datos valiosos para la comprensión de riesgos.

Un ejemplo real: cuando todo depende de un solo hilo

Volviendo al caso de Tonga, el corte tras la erupción evidenció la fragilidad de tener una única conexión internacional. Aunque existía respaldo satelital contratado, la ceniza en suspensión complicó su rendimiento y la capacidad disponible fue muy limitada y costosa. El buque de reparación zarpó desde un puerto a unos 4.700 km y tardó alrededor de diez días en llegar.

Una vez en zona, los trabajos consistieron en pescar el cable con ganchos de fondo, cortar la sección dañada, amarrar una boya a uno de los extremos, llevar el otro a cubierta para empalmar un tramo nuevo y, por último, recuperar la boya para completar el empalme final y volver a hundir el conjunto con cuidado.

A partir de ahí, se enterraron los tramos necesarios y se usaron ROV para inspeccionar el resultado, con capacidad de descenso de hasta unos 2.500 metros según el equipo del buque. La conectividad telefónica se restableció antes que los servicios de datos, que tardaron más en recuperar niveles normales de uso.

Este tipo de incidentes ha impulsado a múltiples países y archipiélagos a planificar vías redundantes y a diversificar puntos de amarre, con el objetivo de reducir la exposición a cortes prolongados por eventos naturales o por actividades humanas.

Plazos, costes y expectativas realistas

¿Cuánto tarda todo esto? La respuesta honesta es: depende. Si las condiciones son favorables y el buque está cerca, la intervención marina puede resolverse en menos de dos semanas, aunque el total desde la detección hasta la vuelta a la normalidad a veces se va a varias semanas o meses en averías complejas o muy alejadas de costa.

Factores como la disponibilidad de barcos, el tiempo para permisos, la distancia a la falla, el clima del área y la necesidad de recuperar o sustituir elementos intermedios influyen en el calendario. Y en el coste, donde pesan los días de operación del buque, la cantidad de cable a reponer y las horas de trabajo técnico de empalme e inspección.

En general, cuando el sistema dispone de rutas alternativas en paralelo, el operador puede reencaminar tráfico de inmediato y los usuarios finales apenas lo perciben. Sin esa redundancia, el impacto es mayor y se pone de relieve por qué los proyectos modernos apuestan por múltiples enlaces y estaciones por país o región.

Mirando a corto plazo, el apetito de ancho de banda crece con fuerza. Aplicaciones de inteligencia artificial, vídeo y juego en la nube impulsan nuevas rutas y más capacidad. Se han anunciado cientos de miles de kilómetros adicionales en los próximos años, acompañados de mejoras de latencia y de un refuerzo de la resiliencia global de la red.

Que Internet funcione a golpe de fibra submarina no es un capricho: es la única forma viable de interconectar el mundo con calidad, capacidad y coste razonables. Cuando hay un corte, entra en escena una maquinaria bien engrasada que localiza, eleva, empalma y sella con precisión quirúrgica. Desde la planificación de rutas hasta los empalmes finales en cubierta, la cadena de decisiones y técnicas permite que, casi siempre, la red siga latiendo sin que nos demos ni cuenta.

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