Qué hacer si la temperatura del SSD sube de 70º sin motivo aparente

Última actualización: 16/10/2025
Autor: Isaac
  • Identifica las causas térmicas reales: carga, ubicación del M.2 y ventilación deficiente, no solo el pico de 70 °C.
  • Monitoriza con CrystalDiskInfo o HWMonitor y actúa si hay más de 60 °C sostenidos.
  • Instala disipador para NVMe, mejora el flujo de aire y reubica el SSD si está junto a la GPU.
  • Actualiza firmware/controladores, cuida el SO y descarta malware o fallos eléctricos.

Temperatura SSD alta

Los SSD se han ganado a pulso su fama: arrancan el sistema en segundos, abren programas al instante y mantienen el silencio incluso bajo carga. Aun así, cuando la temperatura del SSD se dispara hasta los 70 °C sin una razón clara, saltan todas las alarmas. En esta guía vas a encontrar, de forma directa y sin rodeos, por qué ocurre y cómo actuar para que tu unidad vuelva a ir fina. tirones, bajadas de velocidad o ventiladores revolucionados, es momento de intervenir.

A nivel técnico, los controladores y la memoria NAND generan calor cada vez que leen o escriben datos. La mayoría de fabricantes establecen un rango seguro de funcionamiento típico entre 0 °C y 70 °C, pero que no te engañe: estar por debajo de 70 °C no siempre significa que todo vaya perfecto. Lo saludable suele ser moverse entre 30 y 45 °C en uso normal y no superar 60 °C sostenidos bajo carga; si ves picos de 70 °C o más, aunque sean puntuales, conviene revisar la refrigeración y el entorno.

Por qué tu SSD puede alcanzar 70 °C sin que te des cuenta

La electrónica emite calor por pura física. En los SSD, los miles de transistores que forman la NAND conmutan a gran velocidad y, al hacerlo, calientan el conjunto. Además, el controlador trabaja sin parar para gestionar colas, cachés y correcciones de errores. La densidad de datos y la actividad simultánea incrementan la generación de calor.

La velocidad también tiene su precio. Frente a un HDD que ronda 100 MB/s, los NVMe PCIe modernos pueden superar 7.000 MB/s. Es una barbaridad. Sin piezas móviles que disipen y con un formato diminuto, un M.2 se calienta rápido si no tiene ayuda. El rendimiento extremo, si no está bien refrigerado, dispara temperaturas antes de lo que imaginas.

Las cargas intensivas y sostenidas son otro disparador típico: copias de bibliotecas de juegos, edición de vídeo, renders, compilación de código, o descompresiones largas. Horas leyendo y escribiendo de forma continua implican calor constante dentro del chasis.

El flujo de aire del equipo es clave. Una caja mal ventilada, filtros llenos de polvo, cables bloqueando el paso o un equilibrio deficiente entre ventiladores de entrada y salida, convierten el interior en una trampa térmica. El aire caliente que no sale eleva la temperatura del SSD aunque la carga sea moderada.

El entorno también cuenta: verano, habitaciones calurosas o sin ventilación, equipos pegados a radiadores… todo suma. Una alta temperatura ambiente reduce la capacidad de la refrigeración para evacuar calor del SSD.

No olvides los disipadores. Muchas placas modernas incluyen cubiertas térmicas para M.2, pero no todas; y numerosos NVMe rápidos vienen desnudos. La ausencia o mal colocación de un disipador facilita que el calor se quede en la controladora y la NAND.

La ubicación del M.2 en la placa base puede jugar en tu contra. Algunas ranuras quedan pegadas a la GPU o debajo de ella. Ese espacio es una auténtica bolsa de calor. La proximidad a la GPU suele traducirse en temperaturas más altas por simple cercanía.

  • Densidad y conmutación: la NAND agrupa muchísimos transistores en poco espacio.
  • Velocidades NVMe: 7 GB/s no salen gratis; el calor aumenta con el ancho de banda.
  • Cargas largas: copias masivas, edición, render y benchmarking elevan la temperatura.
  • Pobre ventilación: polvo, cables, pocos ventiladores o mal orientados.
  • Ambiente cálido: el aire que entra ya está caliente, enfría menos.
  • Sin disipador: falta de heatsink o malas almohadillas térmicas.
  • Ranura M.2 cerca de GPU/CPU: calor irradiado por componentes vecinos.
  • Firmware/controladores desactualizados: ineficiencias que elevan el consumo.
  • Alimentación irregular: picos o inestabilidad eléctrica que estresan la unidad.
  • Fallo incipiente: sectores problemáticos o controladora tocada elevan el calor.
  • Sistema operativo sin actualizar: bugs que disparan procesos en segundo plano.
  • Malware: actividad invisible que mantiene el SSD trabajando sin parar.
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Temperaturas normales, límites y cuándo hay que preocuparse

Los fabricantes suelen marcar como rango operativo 0–70 °C. Aun así, conviene moverse más bajo en el día a día. 30–45 °C es lo deseable en tareas comunes y picos puntuales de 60 °C en cargas pesadas (un test sintético puede subir más, pero no lo dejes horas).

Un detalle importante: el thermal throttling se activa alrededor de ese techo de 70 °C (varía por modelo). El throttling térmico reduce bruscamente las velocidades de lectura/escritura cuando se alcanza el umbral.

Recuerda que los M.2 NVMe son más calientes que los SATA de 2,5 pulgadas; su tamaño y rendimiento lo explican. Aun así, hay valores de referencia útiles: para SSD, 30–50 °C es lo normal; en HDD, 5–60 °C suele ser el rango típico.

No te confíes si estás dentro de 0–70 °C: operar habitualmente por encima de 60 °C no es buena señal. Mantener temperaturas elevadas acorta la vida útil y aumenta el riesgo de throttling.

Qué es el thermal throttling y cómo funciona en un SSD

firmware ssd

El throttling es una estrategia general para reducir rendimiento y consumir menos o proteger el hardware. Cuando el motivo es térmico, hablamos de thermal throttling. La unidad reduce su tasa de transferencia para enfriarse, dado que en SSD no hay frecuencias de reloj como en CPU/GPU.

El proceso es dinámico: antes de llegar al umbral, todo va a máximo; al superarlo, la unidad frena hasta estabilizarse; después, cuando enfría, recupera su rendimiento de nuevo. La respuesta varía según el modelo, pero la mayoría de unidades modernas implementan alguna protección.

¿Cómo lo notas? De golpe, una copia que iba volando cae en picado y tarda muchísimo más. También aparecen tirones al cargar juegos o al descomprimir archivos pesados. Congelones o pantallazos azules son síntomas en escenarios extremos.

  • Congelaciones o comportamiento anómalo del sistema durante tareas intensas.
  • Desplomes en la velocidad de transferencia al copiar o mover archivos grandes.
  • Cargas de juego más lentas y picos de stuttering.
  • BSOD o reinicios si el sistema se vuelve inestable por calor.

Cómo medir la temperatura y el estado de tu SSD

No hace falta abrir el PC ni tocar la unidad. Programas como CrystalDiskInfo, HWMonitor (medir temperaturas) o HWiNFO64 te muestran temperaturas en tiempo real y atributos de salud. Por encima de 60 °C de forma sostenida indica un problema de refrigeración que merece atención.

Las utilidades del propio fabricante también ayudan (S.M.A.R.T., actualizaciones de firmware, test de diagnóstico). Evita, eso sí, abusar de los benchmarks: las pruebas sintéticas repetidas generan mucho calor y desgaste innecesario.

Si monitorizas durante una copia grande y observas que, al alcanzar ~70 °C, la velocidad se desploma, ya tienes la confirmación del throttling térmico. Ese patrón indica que debes mejorar la refrigeración.

Soluciones efectivas para bajar grados en un sobremesa

1) Monta un buen disipador para tu M.2

La medida más efectiva en NVMe es añadir un disipador. Los hay pasivos (aluminio o cobre) y activos (con pequeño ventilador). Reducciones cercanas a 30 °C se han visto en algunos montajes frente a llevar la unidad al aire.

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Muchas placas de gama media-alta integran un heatsink para sus ranuras M.2. Úsalo correctamente: retira el film protector de la almohadilla térmica y aprieta lo justo. Un modelo de bajo perfil suele encajar sin problemas bajo GPUs voluminosas si no hay disipador integrado.

Ojo con la compatibilidad física: algunas gráficas tapan el M.2 o dejan muy poco espacio. En ese caso, puedes optar por un NVMe sin disipador y usar el de la placa, o montar una tarjeta adaptadora PCIe con su propio heatsink y alejar la unidad del foco de calor. Ganar espacio y flujo de aire alrededor del SSD es el objetivo.

Si tu placa tiene varias ranuras M.2, prueba a mover el SSD a la más alejada de la GPU o a la que quede entre el socket de la CPU y la ranura PCIe x16, donde el aire suele circular mejor. Reubicar el SSD puede rebajar varios grados sin gastar un euro.

2) Mejora el flujo de aire de la caja y configura curvas

Una caja bien ventilada marca la diferencia. Como base, apunta a un mínimo de tres ventiladores de 120 mm (entrada frontal y salida trasera/superior), con modelos de calidad (buen CFM y presión estática, bajo ruido). Equilibra entradas y salidas para que el aire recorra todos los componentes y no se estanque.

Ordena el cableado y limpia filtros y ventiladores; el polvo es aislante y eleva temperaturas. Luego, define curvas de ventilación para caja, CPU y GPU: que reaccionen cuando sube la temperatura del sistema, no solo la de la CPU. Evitar que el M.2 se ahogue en aire caliente es clave.

Si usas refrigeración líquida AIO en CPU o GPU, vigila el impacto en el interior. Al extraer el calor directamente al radiador, a veces se pierde aire en la zona de la placa. Ventiladores adicionales que bañen VRM, memorias y el área del M.2 suelen compensar.

3) El papel de la placa base y los VRM

Las placas con buenos disipadores pasivos para VRM y M.2 ayudan a estabilizar temperaturas. Hacer overclock en RAM o CPU sube el voltaje, calienta VRM y, en cadena, caldea el entorno del SSD. El ecosistema térmico del equipo influye en todas las piezas.

Hay placas (por ejemplo, algunas X570) que incluyen ventilación activa; otras, grandes bloques pasivos. A igualdad de CPU/GPU, una placa con mejor diseño térmico puede marcar grados extra de margen. Revisa la posición de las ranuras M.2 y si incluyen disipadores útiles antes de comprar.

4) Reglas prácticas para evitar problemas

No cubras los disipadores del M.2 con embellecedores innecesarios ni montes la unidad sin la almohadilla térmica. Evita pegar thermal pads al tuntún: demasiado gruesos pueden doblar el SSD o impedir buen contacto. Maximizar la superficie de contacto real es mejor que apretar por apretar.

Si tu GPU calienta sí o sí la zona del M.2, plantéate un SSD con disipador de perfil bajo o usar el del propio motherboard, como comentan muchos usuarios cuando el heatsink del NVMe choca con la gráfica. Una tarjeta PCIe con disipador dedicado suele ser la salida más limpia si no hay forma de encajar.

Ajustes de software, firmware y seguridad

Mantén actualizado el firmware del SSD y los controladores del chipset. Algunos fabricantes corrigen ineficiencias de consumo y gestión térmica en sus revisiones. Una actualización puntual puede reducir varios grados al optimizar colas, estados de energía o TRIM.

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Actualiza el sistema operativo para evitar bugs que mantengan procesos en segundo plano martilleando la unidad. Haz una limpieza de arranque: deshabilita lo innecesario y revisa qué aplicaciones están usando el disco. Evita que el SSD trabaje constantemente, dará menos calor.

Pasa un buen antivirus/antimalware. Ciertos bichejos se instalan y escriben en disco sin que lo notes. Eliminar esa carga invisible suele normalizar la temperatura de golpe.

La alimentación también importa: si tu fuente o la placa causan inestabilidad, el controlador del SSD puede sufrir. No es la causa más común, pero existe. Asegura una fuente de calidad y evita picos innecesarios de voltaje.

Y, por favor, no te pases con los benchmarks. Son útiles para medir, pero ejecutarlos en bucle solo añade calor y desgaste. Mide y ajusta con cabeza, no en sesiones maratonianas.

Portátiles: más apretado, más calor

En un portátil, todo está más compacto. Un NVMe pegado a la GPU o CPU del equipo recibirá calor indirecto casi inevitablemente. Una base refrigeradora de calidad puede mejorar el flujo por la parte inferior y bajar unos grados.

Cada cierto tiempo, conviene limpiar los ventiladores internos y renovar pasta térmica de CPU/GPU (en servicio técnico si no tienes experiencia). Menos calor general implica menos temperatura en el SSD. Una revisión básica de mantenimiento devuelve al equipo parte de su frescura inicial.

Si aún así el NVMe se pasa de rosca sin remedio, plantéate usar un SSD SATA de 2,5 pulgadas si tu portátil lo permite. Es más lento, sí, pero genera menos calor y puede ser más estable en equipos con mal diseño térmico. La fiabilidad en ciertos escenarios pesa más que ganar segundos en cargas.

Riesgos reales de un SSD caliente y cómo reconocerlos

El primer impacto es el recorte de rendimiento por thermal throttling. Notarás que la unidad «se arrastra» cuando más la necesitas. El thermal throttling es una señal clara de que hace falta mejorar la refrigeración.

A medio plazo, el calor acelera la degradación de la NAND y estresa la controladora. La vida útil cae más rápido si la temperatura opera alta de manera constante. Mayor probabilidad de corrupción de datos o errores intermitentes es una consecuencia real.

Si el sistema empieza a colgarse o a mostrar pantallas azules en momentos de carga de disco, sospecha del SSD y su temperatura. Usa herramientas de monitorización para detectar fallos de hardware. Picos coincidentes con caídas de velocidad suelen dar el diagnóstico.

Comprobaciones rápidas que ayudan mucho

Comprueba que los ventiladores están orientados correctamente (entrada delante/abajo, salida detrás/arriba) y que no hay filtros saturados. La gestión de cables con bridas y pasacables mejora el flujo de aire más de lo que parece.

Si tu placa ofrece varias ranuras M.2, alterna su posición y observa el impacto. A veces, un simple cambio de slot resuelve el problema. Colocar almohadillas y tornillos con mimo asegura buen contacto.

Usa herramientas como CrystalDiskInfo o HWMonitor para registrar sesiones largas y revisar mínimos/máximos. Con datos en mano, sabrás si las soluciones aplicadas están funcionando.

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