- Los láseres de alta energía permiten derribar drones con gran precisión y un coste por disparo de pocos euros o incluso céntimos.
- DragonFire (Reino Unido) y Apollo (Australia) lideran el desarrollo de sistemas láser navales y terrestres para frenar enjambres de drones.
- La eficacia de estos cañones láser depende del clima y el alcance, por lo que complementan, pero no sustituyen, a misiles y otras defensas.
- España avanza con el CLPU en tecnologías de “balas de luz”, posicionándose en la vanguardia europea de armas de energía dirigida.
La irrupción masiva de drones en los conflictos modernos ha dado un giro enorme a la manera en la que se libran las guerras. Ucrania, Gaza o el Mar Rojo son hoy un laboratorio bélico en el que se ve a diario cómo pequeños aparatos no tripulados, muchos de ellos baratos y de fabricación casi casera, ponen contra las cuerdas a sistemas defensivos que cuestan millones.
Ante este panorama, los ejércitos de medio mundo se han lanzado a una carrera tecnológica para encontrar armas capaces de derribar drones de forma rápida, precisa y barata. Y ahí es donde entran en juego los sistemas de energía dirigida, especialmente los láseres de alta potencia, que prometen convertir lo que parecía ciencia ficción en una herramienta muy real para cambiar las reglas del juego en el campo de batalla.
Por qué los láseres se han convertido en la nueva obsesión antidrones
En los últimos años se ha hecho evidente que los drones kamikaze y de reconocimiento son una amenaza constante. Vuelan bajo, maniobran rápido, pueden operar en enjambres y, lo más preocupante, cuestan una fracción de lo que vale un misil antiaéreo moderno.
Mientras tanto, muchos países siguen usando sistemas tradicionales para defenderse, como misiles guiados o artillería antiaérea. El problema es que lanzar un misil de cientos de miles o incluso millones de dólares contra un dron baratísimo es, sencillamente, insostenible. La Armada de Estados Unidos, por ejemplo, ha llegado a gastar cerca de 1.000 millones de dólares en misiles para interceptar amenazas en zonas como el Mar Rojo, con un coste aproximado de 2,1 millones por lanzamiento, un auténtico despropósito frente a aparatos que a veces cuestan menos que un coche.
Los láseres de alta energía se presentan como la alternativa lógica: cada disparo cuesta apenas unos euros o incluso céntimos, no usan munición física y pueden atacar varios objetivos en cuestión de segundos. Además, ofrecen una ventaja estratégica muy clara: no generan explosiones ni fragmentos, reducen los daños colaterales y actúan con una precisión casi quirúrgica.
Al ser haces de luz, los rayos láser viajan en línea recta y a la velocidad de la luz, lo que hace que, una vez emitidos, no haya forma de interceptarlos o desviarlos en vuelo. Si el sistema de puntería es capaz de seguir al objetivo, el láser puede concentrar energía sobre un punto diminuto y “freír” sus sensores, motores o sistemas electrónicos sin necesidad de destruirlo de forma espectacular.
Esta combinación de bajo coste por disparo, precisión milimétrica y mínima huella colateral ha convertido a las armas láser en el gran foco de inversión de las potencias militares, que se están dando mucha prisa en sacarlas del laboratorio y llevarlas al mar, a tierra e incluso, en el futuro, al aire.

DragonFire: el láser británico que presume de precisión y bajo coste
Uno de los proyectos más ambiciosos en este campo es DragonFire, el sistema láser de alta energía desarrollado en Reino Unido. Se trata de un programa lanzado en 2017 con un presupuesto inicial de unos 38 millones de dólares, en el que participan el Defence Science and Technology Laboratory (DSTL), la empresa de misiles MBDA, Leonardo UK y la firma tecnológica de defensa QinetiQ.
El Ministerio de Defensa británico ha llevado a cabo pruebas en instalaciones militares de Escocia, incluyendo el campo de tiro de las islas Hébridas, con resultados más que llamativos. DragonFire ha logrado seguir y derribar drones de alta velocidad que alcanzaban hasta unos 650 km/h, aproximadamente el doble de la velocidad punta de un Fórmula 1, y lo ha hecho incluso más allá del horizonte del sistema, algo muy relevante en escenarios navales.
Según los militares que han participado en las demostraciones, la precisión del rayo láser es literalmente fulminante. Se ha llegado a afirmar que el sistema puede acertar a una moneda de una libra desde un kilómetro de distancia, una forma muy gráfica de explicar hasta qué punto puede concentrar la energía en un punto minúsculo sobre la estructura de un dron u otro tipo de amenaza aérea.
DragonFire combina un potente rayo láser con un sistema avanzado de seguimiento y control de fuego. Su misión no es siempre reventar el dron en mil pedazos, sino dañar sus elementos críticos: sensores ópticos, electrónica de navegación, enlaces de comunicaciones o superficies clave. Al inutilizar estos componentes, el aparato pierde control y acaba estrellándose sin necesidad de causar grandes explosiones.
Este sistema, desarrollado por MBDA y sus socios, se ha pensado inicialmente para la Royal Navy, donde se instalará en destructores Tipo 45 a partir de 2027, cinco años antes de lo que marcaba el plan original. No obstante, el Ministerio de Defensa británico no descarta que la misma tecnología pueda adaptarse más adelante a vehículos blindados u otras plataformas terrestres.
El contrato firmado con MBDA UK ronda las 316 millones de libras esterlinas (unos 358-360 millones de euros), lo que refleja la apuesta a largo plazo por incorporar armas de energía dirigida a la defensa del país y situar a Reino Unido a la vanguardia tecnológica dentro de la OTAN.
La clave del DragonFire: derribar drones por menos de lo que cuesta una comida
Más allá del aspecto futurista, donde realmente marca la diferencia DragonFire es en la economía del combate. Cada disparo del láser tiene un coste aproximado de unas 10 libras, algo más de 11 euros, y el Ministerio de Defensa británico llega a cifrar el uso del láser en menos de 12 euros por disparo en algunas estimaciones.
Para hacerse una idea: encender DragonFire durante diez segundos cuesta lo mismo que tener puesta la calefacción de casa durante una hora. Frente a los cientos de miles (o millones) de euros que vale lanzar un misil guiado, el ahorro es abrumador, sobre todo si el enemigo emplea drones baratos en cantidades industriales.
La guerra de Ucrania y los ataques con drones en zonas como el Mar Rojo han demostrado que los sistemas de defensa tradicionales pueden terminar siendo un pozo sin fondo de dinero. Si un misil de varios millones se emplea para tumbar un dron hecho con madera, poliestireno y electrónica comercial, el atacante ya ha ganado la partida económica, aunque pierda el aparato.
Con DragonFire la lógica se invierte: el coste por derribo cae en picado y se hace asumible mantener patrullas defensivas continuas sin miedo a agotar el presupuesto de munición. Esto abre la puerta a desplegarlo en primera línea de defensa contra drones kamikaze y otros blancos pequeños, manteniendo los misiles caros solo para amenazas de mayor entidad.
Además, el uso de un rayo de luz elimina el problema de los fragmentos de metralla y de los proyectiles que no aciertan su objetivo. Si el láser falla, simplemente sigue viajando hasta que la atmósfera absorbe y dispersa la energía, sin provocar explosiones aleatorias en tierra o en el mar. Esta característica encaja muy bien con escenarios donde hay infraestructuras civiles cercanas o rutas comerciales muy transitadas.
Ventajas militares de las armas láser frente a los misiles clásicos
Los láseres como DragonFire o Apollo se consideran armas defensivas por excelencia. Pueden responder de forma inmediata a una amenaza, pero por su propia naturaleza no sirven para bombardear ciudades ni causar daños de gran escala alejados del campo de batalla.
Entre sus ventajas más claras está la velocidad de respuesta. Un láser no necesita acelerar ni seguir una trayectoria curva: impacta prácticamente al instante en el punto al que se apunta. En situaciones en las que un dron se aproxima a gran velocidad, esos segundos de margen pueden marcar la diferencia entre interceptarlo o ver cómo llega a su objetivo.
La sección transversal del haz suele ser minúscula, del orden de unos milímetros cuadrados. Eso permite comportarse casi como un bisturí en manos de un cirujano: se selecciona una parte del dron (por ejemplo, un sensor óptico, un ala o la antena de comunicaciones) y se concentra allí la energía hasta que cede. Todo ocurre de forma limpia, sin una gran detonación ni la lluvia de fragmentos que suele acompañar a la destrucción por misil.
Otro aspecto importante es que los láseres son extremadamente difíciles de contrarrestar. Las contramedidas tradicionales, como el lanzamiento de señuelos o el intento de engañar al guiado del misil, pierden sentido cuando el “proyectil” es un haz de luz pura. El único recurso real pasa por ocultarse (por ejemplo, tras humo denso o en malas condiciones meteorológicas) o tratar de saturar el sistema con un número abrumador de objetivos.
Históricamente, los láseres ya se usaban en el campo de batalla para tareas como la designación de blancos, la telemetría o la observación. Lo novedoso ahora es que se está demostrando su eficacia como arma directa, capaz de dañar o destruir sistemas enemigos sin necesidad de un proyectil físico. Es el salto de ser “los ojos del sistema” a convertirse también en su “puño”.
Limitaciones técnicas: el talón de Aquiles de los cañones láser
Pese a todo el entusiasmo, los láseres de alta energía no son ni mucho menos perfectos. Su rendimiento depende de manera crítica de las condiciones atmosféricas. La niebla, la lluvia, la humedad elevada o incluso las turbulencias de aire pueden absorber, dispersar o distorsionar el haz, reduciendo su alcance efectivo y la cantidad de energía que llega al objetivo.
Además, cuando se trabaja con potencias muy altas, el propio haz puede interactuar con el aire, calentándolo y generando fenómenos que afectan a su propagación. Encontrar el equilibrio justo entre potencia, longitud de onda, forma del haz y duración del disparo es un reto tanto científico como de ingeniería.
Otro problema serio aparece cuando el sistema se instala en plataformas móviles, como un buque en mar agitado o un vehículo que se desplaza sobre terreno irregular. Apuntar con estabilidad a un dron pequeño y rápido desde una superficie en movimiento se parece bastante a tratar de dar en la diana mientras se está de pie sobre una tabla de equilibrio: cualquier pequeño vaivén se traduce en desvíos del haz.
Para mitigar esto, los desarrolladores incorporan sistemas avanzados de estabilización, giroscopios y software de control que compensan los movimientos de la plataforma. Aun así, mantener el “punto láser” pegado al objetivo durante el tiempo suficiente para dañarlo sigue siendo uno de los grandes desafíos, especialmente a largas distancias.
Por último, es imprescindible entrenar a fondo a las tripulaciones. Manejar un arma láser no es simplemente apretar un gatillo: implica comprender cómo afecta el clima, cómo priorizar blancos, cómo coordinarse con otros sistemas de defensa y cómo gestionar la potencia disponible para no dejar el sistema “seco” en el peor momento.
Apollo: el cañón láser australiano pensado para enjambres de drones
Mientras Reino Unido acelera con DragonFire, Australia ha irrumpido con fuerza gracias a Apollo, el arma láser de alta energía desarrollada por Electro Optic Systems (EOS). Se trata de un sistema diseñado pensando desde el primer momento en una amenaza muy concreta: enjambres de drones de bajo coste que atacan en oleadas.
Apollo puede alcanzar una potencia de hasta 150 kilovatios y, según la propia empresa, es capaz de neutralizar hasta 20 drones por minuto. Lo más llamativo es el coste operativo: se estima que cada disparo sale por menos de 10 céntimos, una cifra casi simbólica si se compara con la munición tradicional.
En términos de alcance, el sistema puede destruir drones a unos 3 kilómetros de distancia y cegar o inutilizar sensores ópticos a unos 15 kilómetros. Además, su cobertura de 360 grados y su capacidad para adquirir objetivos en unos 700 milisegundos lo convierten en un candidato ideal para cubrir áreas amplias frente a ataques repentinos.
Otra de sus bazas es la modularidad. Apollo puede instalarse en un contenedor estándar de 6 metros o sobre vehículos, lo que facilita un despliegue flexible y la integración en sistemas de defensa aérea en capas. Así, puede colocarse cerca de infraestructuras críticas, bases, columnas de vehículos o puntos estratégicos sin necesidad de grandes obras.
La OTAN ya ha movido ficha y ha cerrado la compra del sistema, con las primeras entregas previstas para 2028. El paquete completo —que incluye mantenimiento, formación y componentes asociados— se sitúa alrededor de los 83 millones de dólares. Conflictos como los de Ucrania o Gaza han servido de catalizador, empujando a los responsables políticos a exigir soluciones listas para entrar en servicio, sin eternizarse en fases de prueba.
Limitaciones operativas de Apollo y su papel en la defensa aérea
Como ocurre con DragonFire, Apollo no es una varita mágica que sustituya por completo al resto de sistemas defensivos. Su eficacia se ve muy condicionada por el tiempo atmosférico: la lluvia, la niebla o el polvo en suspensión reducen notablemente su alcance y su capacidad de concentración de energía.
Su rango de actuación de entre 1,6 y 4,8 kilómetros en condiciones ideales lo hace perfecto contra drones y otros blancos relativamente cercanos, pero no es la herramienta idónea para hacer frente a misiles balísticos o aviones convencionales que operan a mucha más distancia o altitud.
Por todo ello, los expertos coinciden en que los cañones láser no van a reemplazar a corto plazo a los misiles ni a la artillería antiaérea. Más bien, se integrarán como un complemento imprescindible para lidiar con las amenazas de bajo coste y gran volumen, liberando a los sistemas más caros para los objetivos realmente estratégicos.
Aun con estas limitaciones, la inversión se mantiene fuerte. El Pentágono, por ejemplo, destina en torno a 1.000 millones de dólares al año a investigación en armas de energía dirigida, mientras que Israel prevé incorporar su propio sistema láser, el Iron Beam, a partir de 2025. Todo indica que los láseres serán una pieza clave del puzle defensivo global.
España y las “balas de luz”: el proyecto del CLPU
España también se está subiendo al carro de la defensa láser. Desde hace unos cinco años, el Centro de Láseres Pulsados (CLPU) de la Universidad de Salamanca trabaja en el desarrollo de un prototipo de láser pulsado orientado a neutralizar drones y otras amenazas aéreas.
Según ha explicado Roberto Lera, científico especializado del CLPU, el objetivo es demostrar que este tipo de tecnología es viable para aplicaciones de defensa. En otras palabras, se pretende conseguir una especie de “bala de luz” capaz de dañar un dron mediante pulsos láser extremadamente intensos y breves.
El interés por este proyecto se ha disparado a raíz de la guerra de Ucrania y la proliferación de ataques con drones en distintos escenarios. La industria armamentística ha puesto los ojos en estas investigaciones, conscientes de que podrían situar a España en una posición muy ventajosa dentro del sector de las armas de energía dirigida.
Aún no se han hecho públicos todos los detalles técnicos, pero el enfoque de láser pulsado abre la puerta a nuevas formas de neutralizar objetivos, diferentes del láser continuo utilizado en sistemas como DragonFire o Apollo. Si el CLPU consigue materializar un demostrador fiable, España podría jugar un papel mucho más relevante en los desarrollos europeos de defensa láser.
Todo este trabajo coloca al país en una senda clara: no limitarse a comprar soluciones extranjeras, sino participar activamente en la creación de tecnologías propias que puedan integrarse en sistemas nacionales o multinacionales de defensa.
Con todos estos proyectos sobre la mesa, la sensación general es que los láseres para derribar drones han dejado de ser una fantasía de ciencia ficción para convertirse en una herramienta muy seria y cada vez más cercana al despliegue operativo a gran escala. Ahora el reto está en pulir sus puntos débiles, integrarlos bien con el resto de sistemas defensivos y formar a las fuerzas armadas para sacarles todo el partido posible.
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