- STL describe la geometría del modelo 3D mediante triángulos, mientras que G-code contiene instrucciones de movimiento y extrusión para la impresora.
- La conversión de STL a G-code se realiza con un laminador, que corta el modelo en capas y genera trayectorias según los parámetros de impresión elegidos.
- Los archivos STL son fáciles de editar y reutilizar; los G-code se adaptan a cada máquina y material, y suelen generarse de nuevo cuando cambian los ajustes.
- Existen soluciones online e incluso basadas en IA que automatizan la conversión STL–G-code y simplifican la gestión de flotas de impresoras 3D.

Si trabajas con impresión 3D, tarde o temprano te toparás con la duda de cómo pasar de un archivo STL al tan imprescindible G-code. Uno describe la geometría del modelo y el otro indica, línea a línea, qué tiene que hacer la impresora. Entender bien esta diferencia y el proceso de conversión es clave para evitar piezas fallidas, pérdida de tiempo y kilos de filamento en la basura.
En las siguientes líneas vamos a desgranar con calma qué es exactamente un archivo STL, qué es un archivo G-code, cómo se relacionan entre sí y qué herramientas tienes (desde software clásico hasta soluciones en la nube con IA) para transformar uno en otro sin tener que volverte loco con instalaciones ni configuraciones raras.
Qué es un archivo STL y por qué es el punto de partida
El formato STL es el estándar de facto en impresión 3D: se trata de un archivo de malla 3D compuesto exclusivamente por triángulos, ni más ni menos. Cada triángulo se define por tres vértices y una normal, y la suma de todos ellos da forma a la superficie de tu modelo.
Este formato se puede guardar en modo texto (ASCII) o en modo binario. En la práctica se usa casi siempre el binario, porque los ficheros de modelos detallados pueden ser enormes si se almacenan en texto plano. En cualquier caso, la estructura interna es muy sencilla en comparación con otros formatos 3D más modernos como GLB o FBX, y si quieres profundizar en las diferencias entre STEP, STL y 3MF.
La simplicidad del STL tiene su precio: es bastante poco eficiente para almacenar información compleja, ya que repite muchos datos de vértices y no incluye compresión avanzada. Aun así, precisamente esa sencillez hace que casi cualquier programa de modelado 3D y cualquier laminador (slicer) pueda abrirlo sin problemas.
Un detalle importante es que los archivos STL no guardan información de color ni de materiales de forma estándar. Para el STL puro y duro toda la malla es “del mismo material” y, como mucho, algunos programas usan extensiones no oficiales para añadir color, pero no es algo universal.
En cuanto a la edición, el STL se lleva muy bien con casi todos los programas de diseño y reparación de mallas: desde soluciones profesionales hasta herramientas gratuitas, por ejemplo al exportar modelos desde Blender. Modificar un STL, corregir agujeros, escalarlo o hacer cortes es algo relativamente sencillo si usas el software adecuado, y por eso es el formato ideal para preparar el modelo antes de convertirlo a G-code.
Qué es el G-code y qué papel juega en la impresión 3D
El G-code no es un formato de modelo 3D como tal, sino un lenguaje de instrucciones de bajo nivel que le dice a la impresora qué hacer paso a paso. Es el “idioma” que entiende la máquina: moverse, calentar, extruir, parar, cambiar de filamento, etc.
Si abres un archivo G-code en un editor de texto, verás cientos o miles de líneas con comandos del tipo “mover a X,Y,Z”, “empezar a extruir”, “parar extrusión” y parámetros numéricos precisos. Cada movimiento de la boquilla y de la cama, cada cambio de capa y cada retracción está descrita de forma explícita.
Estos archivos pueden estar en texto o en binario, aunque lo normal es trabajar con G-code en texto plano porque es más fácil de revisar, depurar y editar puntualmente. El inconveniente es que el tamaño de archivo puede llegar a ser considerable, ya que hace falta un gran número de instrucciones incluso para piezas relativamente simples.
En lo referente a materiales, el G-code tampoco define explícitamente “este objeto es de PLA rojo” o “este es ABS”. Lo que hace es incluir comandos de cambio de filamento, temperaturas, velocidades o parámetros de extrusión, de forma que la impresora pueda alternar entre dos colores o dos tipos de material si la máquina lo permite.
Aunque es posible modificar a mano un archivo G-code, no es lo recomendable. El G-code no está pensado para ser editado directamente, ya que un pequeño cambio en una línea puede desajustar toda una capa. Lo práctico es modificar el modelo original (STL u otro formato 3D) o los parámetros de corte en el laminador, y volver a generar el G-code desde cero.
Diferencias clave entre STL y G-code
La principal diferencia es que el STL describe la forma geométrica del objeto, mientras que el G-code describe cómo construirlo físicamente. Son dos niveles distintos de información que se complementan pero no se solapan.
A nivel de estructura, STL es básicamente una lista de triángulos sin información de movimiento ni de máquina. En cambio, G-code es una lista de instrucciones secuenciales: movimientos en coordenadas, control de extrusor, temperaturas, ventiladores, pausas, etc. El primero es “qué es el objeto”, el segundo es “cómo se fabrica”.
En cuanto a tamaño de archivo, los STL en binario suelen ser más compactos que si estuvieran en texto, pero aun así no son especialmente eficientes si los comparas con otros formatos 3D que reutilizan vértices o incorporan compresión. Por su parte, los G-code en texto pueden crecer mucho, sobre todo con resoluciones finas de capa y trayectorias muy densas.
Respecto a la edición, el STL es el rey: casi cualquier software de modelado, reparación y análisis de malla lo soporta, y además muchos slicers aceptan STL directamente para generar el G-code. El G-code, en cambio, no suele editarse más allá de ajustes puntuales o scripts automáticos, ya que no es práctico reformar manualmente la trayectoria completa de la impresión.
Por último, desde el punto de vista de la impresora, un archivo STL por sí solo no sirve para imprimir. La impresora necesita G-code; si le envías un STL, tiene que haber un programa intermedio (el laminador) que lo convierta. En cambio, si ya tienes un G-code adaptado a tu máquina, puedes enviarlo directamente y la impresora empezará a trabajar sin más pasos intermedios.
Cómo se convierten los archivos STL a G-code
El proceso típico de conversión pasa por un laminador o slicer, que es el software diseñado para traducir la malla 3D a instrucciones G-code entendibles por la impresora. Entre los más conocidos están Cura, PrusaSlicer, Simplify3D o IdeaMaker, y puedes consultar una comparativa de los mejores programas de impresión 3D.
En términos generales, el flujo de trabajo es este: primero cargas el STL (u otro formato compatible), luego ajustas los parámetros de impresión (altura de capa, temperatura, relleno, soportes, velocidad, etc.) y, finalmente, el programa “corta” el modelo en capas y calcula la trayectoria que debe seguir la boquilla. El resultado es el G-code que podrás enviar a la impresora mediante tarjeta SD, USB o conexión de red.
En este paso de conversión entran en juego multitud de configuraciones: desde la densidad del relleno hasta los patrones de soporte o la velocidad de los perímetros. Cada modificación de estos ajustes afecta directamente al G-code generado, cambiando tanto la calidad de la pieza como el tiempo de impresión y el consumo de material.
También hay herramientas en la nube como Prusa EasyPrint que permiten subir un archivo STL, OBJ o incluso 3MF y generar un G-code listo para imprimir sin necesidad de instalar software en tu ordenador. Estas soluciones online pueden apoyarse en algoritmos avanzados e incluso en IA para optimizar los parámetros de corte automáticamente, lo que resulta muy atractivo para entornos con muchas máquinas y usuarios no expertos.
En algunos casos, estos servicios web se orientan a universidades, centros educativos, empresas o granjas de impresión 3D con alto volumen, donde conviene tener un flujo centralizado. Subes el archivo STL, eliges la impresora o el perfil adecuado y obtienes al momento un G-code ajustado para esa flota de máquinas, sin líos de instalaciones locales ni configuración individual en cada equipo.
Soluciones sin instalación: conversión STL a G-code en la nube
Si no quieres o no puedes instalar programas en tu ordenador, hoy en día dispones de plataformas online que permiten convertir tus modelos directamente desde el navegador. Solo tienes que arrastrar y soltar el archivo STL, OBJ o 3MF en la página y esperar a que el sistema procese el modelo.
Algunas de estas herramientas integran sistemas de guarda automática de formularios o preferencias en el propio navegador. Esto significa que, mientras vas configurando opciones, los datos se almacenan localmente para que no tengas que repetirlos cada vez. Es una función pensada para ahorrar tiempo, no para hacer copias de seguridad a largo plazo.
Suele existir la opción de desactivar ese auto-guardado y eliminar los datos ya almacenados, por ejemplo, mediante una casilla de verificación tipo “Deshabilitar auto-guardado y borrar todos los formularios guardados”. Así mantienes un mayor control sobre la información que queda en tu equipo si compartes el ordenador o trabajas en un entorno público.
Por otro lado, muchas de estas aplicaciones web se financian con publicidad o con planes de suscripción, por lo que no es raro que veas anuncios o mensajes animándote a apoyar el desarrollo. En algunos casos incluso se muestra una pequeña cuenta atrás antes de poder continuar usando la herramienta, especialmente si se trata de funciones avanzadas relacionadas con CNC o impresión 3D.
En el plano práctico, estas soluciones en la nube se han vuelto especialmente interesantes para instituciones educativas, empresas y centros de impresión donde hay una gran flota de impresoras y muchos usuarios distintos. Centralizar la conversión STL-G-code evita tener que instalar y mantener un slicer en cada ordenador y reduce bastante la curva de aprendizaje.
Conversión STL a G-code con IA y optimización para flotas
En los últimos años han aparecido servicios especializados que van un paso más allá de un simple slicer online. La idea es que puedas subir tus archivos STL, OBJ o 3MF y obtener un G-code optimizado automáticamente mediante algoritmos inteligentes, pensado para producción y no solo para prototipos puntuales.
Estas plataformas suelen orientarse a entornos con mucho volumen de impresión: universidades, colegios, centros de formación, empresas de ingeniería y granjas de impresión 3D. El objetivo es reducir al máximo la intervención manual: sin recortar modelos a mano, sin tener que instalar ni actualizar programas en cada equipo y sin perder tiempo ajustando una y otra vez los mismos parámetros.
A través de interfaces web muy sencillas, el usuario únicamente elige el modelo y, en algunos casos, el tipo de material o el perfil de impresora. El sistema, apoyándose en IA y en perfiles preconfigurados, genera un G-code adaptado a cada impresora de la flota, respetando las limitaciones de hardware y las preferencias de calidad o velocidad del centro.
El enfoque de estas herramientas no se limita a “convierto el STL y listo”. Buscan, además, optimizar parámetros de relleno, soportes y trayectorias para mejorar tanto la calidad como los tiempos de producción. Esto resulta especialmente útil cuando se manejan grandes colas de impresión o se necesitan piezas repetitivas con resultados lo más constantes posible.
En definitiva, este tipo de soluciones ofrecen una especie de “capa de inteligencia” por encima del proceso clásico de laminado, integrando la conversión STL-G-code en flujos de trabajo más amplios de gestión de impresoras, colas y usuarios, lo que facilita enormemente la vida del personal técnico responsable del laboratorio o taller.
Materiales, colores y lo que realmente guarda cada formato
Cuando hablamos de materiales, el comportamiento de STL y G-code es muy distinto. El STL, en su forma estándar, no sabe nada de colores ni de tipos de filamento. Es solo una malla de triángulos sin más metadatos relevantes para la impresión típica.
Esto implica que, si quieres imprimir el mismo STL con PLA, PETG o ABS, el archivo del modelo seguirá siendo exactamente el mismo. Los cambios de temperatura, retracción, ventilador o adherencia se controlan en el laminador y, posteriormente, se reflejan en el G-code generado, no en el STL.
En el caso del G-code, tampoco vamos a encontrar un apartado que diga “material: PLA”. Lo que sí veremos son comandos que fijan temperaturas de boquilla y cama, ajustes de velocidad, cambios de extrusor en impresoras multiextrusor y órdenes de cambio de filamento en máquinas con esa función.
De este modo, un mismo modelo puede tener varios archivos G-code distintos, uno por cada configuración de material o máquina. Cada G-code es, en la práctica, una receta específica para imprimir ese objeto en unas condiciones muy concretas, aunque la geometría original (el STL) sea la misma.
Este reparto de responsabilidades tiene una ventaja clara: puedes mantener una biblioteca de STL limpia y reutilizable para distintos proyectos, y generar tantos G-code como necesites según cambies de material, impresora o requisitos de calidad sin alterar el modelo de partida.
Aspectos prácticos: tamaño de archivo y almacenamiento
El tamaño de los archivos es un factor que a veces se pasa por alto, pero que tiene impacto en el almacenamiento, la transferencia y la organización. Como comentábamos, un STL binario es, en general, más compacto que su equivalente en texto, aunque con modelos muy detallados puede seguir ocupando bastantes megabytes.
En comparación con formatos 3D modernos, STL no aprovecha demasiado bien la reutilización de vértices ni tiene compresión estandarizada, de ahí que se considere poco eficiente para escenas muy complejas. Aun así, la mayoría de impresores 3D están acostumbrados a manejar estos tamaños sin grandes problemas.
Los archivos G-code, por su lado, se componen de una sucesión de líneas de texto con comandos y parámetros numéricos. A medida que aumentas la resolución (capas más finas) y el nivel de detalle de la trayectoria, el número de líneas crece de forma notable y con él el tamaño del archivo.
En una granja de impresoras o en un entorno donde se guarda el histórico de impresiones, es habitual acumular muchos G-code distintos de un mismo modelo, cada uno con ajustes específicos. Gestionar y etiquetar correctamente estos archivos resulta muy recomendable para evitar confusiones entre versiones o enviar a una máquina un fichero pensado para otra.
Por ello, muchas personas optan por archivar a largo plazo solo los STL (o los archivos originales de diseño) y regenerar los G-code cuando los necesitan, salvo en casos en los que las piezas requieren una configuración muy particular que merece la pena conservar intacta.
Al final, entender qué almacena cada tipo de archivo y de qué depende su tamaño te ayuda a organizar mejor tu flujo de trabajo y tu sistema de archivos, especialmente si compartes recursos con otros usuarios o si gestionas un servidor de impresión para todo un departamento.
Dominar las diferencias entre STL y G-code, saber cómo convertir de uno a otro y conocer las opciones tanto de software clásico como de soluciones en la nube te permitirá trabajar con mayor soltura, aprovechar mejor tus impresoras 3D y reducir fallos y repeticiones innecesarias en tu día a día, tanto si imprimes en casa como si gestionas un entorno profesional o educativo.
Redactor apasionado del mundo de los bytes y la tecnología en general. Me encanta compartir mis conocimientos a través de la escritura, y eso es lo que haré en este blog, mostrarte todo lo más interesante sobre gadgets, software, hardware, tendencias tecnológicas, y más. Mi objetivo es ayudarte a navegar por el mundo digital de forma sencilla y entretenida.

